miércoles, 18 de marzo de 2009

JUANA POSSE su vida

DATOS PARA UNA BIOGRAFIA

Texto de la conferencia pronunciada por Emilio Jorrín, Presidente de la Asociación de Mayores y Pensionistas PABLO IGLESIAS, en la “Casa del Pueblo de Vicálvaro” el día 9 de marzo 2.009, con motivo del Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

JUANA POSSE, fue una mujer decidida, valiente, una de las muchas mujeres que por una causa o por otra, tuvieron que dejar su casa y su tierra y venirse a Madrid “con lo puesto”, en busca de un mejor horizonte y calidad de vida.

Su biografía no hubiese tenido ninguna trascendencia a no ser por la extraordinaria circunstancia de ser la madre de uno de los personajes más preclaros de nuestro país nacidos en el agitado y singular siglo XIX, con revueltas militares, luchas por el poder y huelgas obreras: El ilustre
PABLO IGLESIAS POSSE.

Juana, en opinión de los que la conocieron, respondía fielmente al tipo de mujer gallega, es decir: Una mujer dulce, trabajadora sufrida ... Dotada en el fondo de una capacidad de resistencia a toda prueba para afrontar todas las dificultades que acosaron a su familia.

Poseía Juana unos bellos y brillantes ojos azules, tan hermosos como serenos en su mirada, que cautivaron profundamente a quien llegó a ser su marido, Pedro de la Iglesia Expósito. Vivieron en la rúa Nicolás, en el popular barrio de Esteiro, en Ferrol, y tuvieron tres hijos:

La primogénita, Elisa, que murió al poco tiempo de nacer. Luego nacería Paulo, el día 18 de octubre del año1.850 y le llamarían siempre Paulino en el entorno familiar, y el tercero llegó seis años más tarde, es decir, en 1.856, y le pusieron de nombre Manuel y siempre le llamarían Manuelín.

No es preciso indicar que tanto Juana como su marido eran analfabetos, pues siendo nacidos ambos en familias pobres, era una circunstancia habitual en aquellos tiempos, y sobre todo las mujeres. (80% analfabetos).

A pesar de esa circunstancia tan adversa, Juana poseía, no obstante, unas cualidades ejemplares tanto para la administración de la casa, como en el arte de la conservación de la ropa, la limpieza del hogar y de manera muy especial en la condimentación de las comidas para conseguirlas muy apetitosas, a pesar de la escasez de medios.

Pedro su marido, hijo de padres desconocidos y natural de Orense, aportaba escaso jornal como peón sin cualificar en el ayuntamiento de Ferrol.

Al poco de tener Juana a Manuelín, Pedro cayó enfermo sin recuperación posible y Juana pasó a engrosar la larga lista de las viudas del lugar en 1.859. (35 años era la media de vida).
La enfermedad de Pedro había supuesto muchos gastos quedándose Juana en una situación muy difícil de superar, con el agravante de que no tenía familiares en Ferrol.
Pedro era hijo de padres desconocidos, ya lo hemos dicho, y ella era oriunda de Santiago de Compostela, por lo tanto estaba sola con sus dos hijos pequeños, sin trabajo y sin futuro.

Ante esta dramática situación y dada la circunstancia de que Juana tenía en Madrid un tío carnal sirviendo en la casa de un noble ricachón, tomó la drástica decisión de mal vender lo poco que tenía para pagar las deudas acumuladas reservándose cuatro cosas para trasladarse a Madrid a ver si su tío podía echarla una mano para encontrar trabajo y poder sacar adelante a sus dos hijos.
Pidió ayuda al Concejo local, pero éste la socorrió con muy poca generosidad.

Era a la sazón el verano de 1.860, así pues Paulino, su hijo mayor tenía 10 años y Manuelín, su hijo pequeño 4.

Había costumbre en aquella época, hacer los viajes en diligencia, pues no había ferrocarril, y mucho menos autobuses, así pues, Juana, como el resto de mortales pobres que viajaban, acordaban con los arrieros para que estos llevasen en sus carros los escasos equipajes.

En ocasiones, el precio pactado con los arrieros incluía el derecho del viajero a subirse en el carro en algunos trechos del camino y también en ocasiones a montarse en las caballerías.

Juana, a falta del dinero suficiente, tuvo que convenir que solamente Manuelín tendría acomodo en el carro, en tanto que ella y Paulino, lo harían a pié caminando detrás.
Así pues, es fácil adivinar que supuso una auténtica odisea teniendo en cuenta que son más de 500 kilómetros la distancia entre El Ferrol y Madrid, con la dificultad añadida de que son varias las montañas que hay que salvar.

A este respecto, y muchos años más tarde los propios protagonistas se expresaban de esta manera cuando hablaban del largo viaje de su venida a Madrid:

“Fueron tres semanas de aire, de sol, de libertad, de cruzar entre prados, castañeros, pomaredas, encinares, pinos, viñedos, tierras en rastrojo que nunca concluían; por caminos revueltos bordeando barrancos insondables, y a veces, junto a huertos con higueras, manzanos y perales que brindaban sus frutos dulcísimos.
Las largas caminatas diarias tenían la pausa deleitosa e indispensable para aviar en el mesón o en el parador del camino, la cena para todos, a base de sopas de ajo, hechas y comidas en la misma sartén.

Después a la hora del reposo y sobre sacas de paja, o bien sobre la ropa de algunos de los bultos, dormíamos abrazados los tres hechos una piña.

Al alba, de nuevo la marcha, después de repetir con las sopas de ajo, asearnos un poco y otra vez a la ruta.

“Vida errabunda, no exenta de poderosos encantos, que constituyen la nostalgia del hombre urbano de nuestros días, en palabras del propio Pablo Iglesias y recogidas por su biógrafo Juan Antonio Morato.
Tan apetecible era aquella vida, que entonces no había ninguna que se le pudiera comparar.
Detenernos donde nos lo pedía el deseo sin que nadie pudiera impedirlo, y sobre todo poderse uno regalar con los racimos de uva, con las peras aguanosas, con las manzanas agridulces y los higos melares cogidos en el camino, ¿dónde hallar mayor felicidad?”.


Juana, al llegar a Madrid, con un rapaz en cada mano y bien tostados los tres por el sol y la brisa del camino, se dirigió al palacio del Conde de Altamira, situado en la calle de San Bernardo, esquina a la calle Flor Alta, en donde servía su tío.
Pero he aquí que la noticia que la dieron, absolutamente inesperada, de que su tío había muerto, dejó a la viuda gallega en un estado de aturdimiento tal que no la salían las palabras.

En aquella situación tan patética y de desamparo, la buena mujer, se vió obligada a pedir limosna.

Sí parece que el Conde de Altamira, de nombre Vicente Pío Osorio de Moscoso, duque de Atrisco y titular de una larga lista de marquesados y títulos honoríficos, adornados, por si fuera poco con el de presidente de una sociedad arqueológica de Amberes, intervino para que los dos niños, Paulino y Manuelín, ingresaran en el Hospicio de San Fernando, en la calle de Fuencarral.

Juana, en un estado agridulce, agrio por la desolación al verse separada de sus hijos y dulce porque pensaba que al menos estarían atendidos razonablemente, alquiló una habitación en la calle de Cabestreros, en donde la iban entregando ropa para lavar e ir sacando para poder malvivir.

A pesar de la dureza de la labor de lavar, Juana, empezó a trabajar también como asistenta en alguna casa cuando la solicitaban.

En fin, con esta trágica situación, es fácil de entender que Juana vivió aquellos primeros momentos de su vida en Madrid, al borde de la desesperación.
Por un lado la separación de sus hijos, lejos del calor materno tan necesario para los niños a esas edades. Ella misma, llena de agobios y trabajo duro para poder pagar el alquiler de la habitación y a penas mal comer.

Esta situación, ya grave de por sí, se vió muy incrementada con la noticia de que su hijo Paulino, debido a la escasa alimentación en el Hospicio, cayó en un estado de debilidad tal que le producía desmayos, y al menos en dos ocasiones estuvo en la enfermería.

A pesar de los muchos inconvenientes del Hospicio, Paulino, de vez en cuando disfrutaba sobremanera cuando recibía una peseta que las monjas le daban de propina, en las solemnidades de la Capilla que era elegido, por su actitud serena y responsable, para marchar al lado de la Sagrada Forma en las procesiones que organizaban.

Juana sabía que el Hospicio era frío, el trato no era bueno ni malo, más bien distante e indiferente para con los niños, propio de la gente habituada al infortunio de los allí acogidos, pero la suponía un cierto alivio pensar que Paulino, ya un muchachito muy responsable y fuerte de espíritu, estaba muy pendiente y cuidaba de su hermano pequeño Manuelín.

Gran alegría se llevó Juana cuando su Paulino terminó, con 11 años, sus estudios elementales en el Hospicio con notas sobresalientes lo que le permitió al muchacho elegir oficio entre las posibilidades de carpintero, cerrajero, sastre, zapatero o impresor. Eligió con buen acierto el de impresor.

A este respecto, y muchos años más tarde su biógrafo Morato ha dejado escrito:

“Despejado, muy reflexivo, observador y capaz de gran potencia de atención, aprendió pronto la caja, que encierra letras, signos y guarismos, y después el mecanismo de la composición y distribución de los moldes; y como era laborioso en extremo, en poco tiempo realizó grandes progresos, que hubieran sido mayores de haber tenido un maestro bueno y capaz de estimular, ayudar y orientar al aplicado”.

Quiero también recoger las palabras que Juana, pronunciara en cierta ocasión hablando de su hijo:

“En el fondo, era un rapaz que le costaba mucho sonreir y más aún reir abiertamente”, y así en las fotos que conservaba de él quedaba bien de manifiesto una cierta tristeza interna.

Volviendo a la época del Hospicio, Juana, sabía que el regente de la imprenta, aunque muy buen profesional, era un hombre de un carácter hosco y muy poco propicio para estimular a su Paulino, en los umbrales ya del nuevo período de vida que como aprendiz de tipógrafo había iniciado por méritos propios, pero la capacidad de su hijo la proporcionaba siempre una tranquilidad de ánimo, a pesar también de que Manuelín no era tampoco muy feliz en aquel sombrío caserón de la calle de Fuencarral.

Muy grabado tuvo Juana de por vida aquella visita tan inesperada como sorprendente a su casa que la hiciera un tal don Augusto Burgos, un funcionario de relieve que dirigía en el ministerio de Hacienda la edición de un Boletín Oficial y alguna revista de contenido científico.
Un buen hombre, en opinión de Juana, diría después de su grata visita. Al parecer el buen señor le había tomado un gran aprecio a Paulino por las condiciones del muchacho de formalidad y despierta inteligencia cuando éste era enviado a llevar pruebas de imprenta al citado ministerio.

El citado Augusto Burgos tenía la pretensión de adoptar a Paulino.

Juana, consideró que tan generosa pretensión redundaría en beneficio de su hijo, pero no tomó ninguna decisión hasta consultárselo al muchacho, dada la trascendencia del asunto, y así lo hizo al domingo próximo en la visita a Paulino y Manuelín en el Hospicio.

Paulino, entre sorprendido y agradecido al señor Burgos por aquel gesto tan de agradecer, lo rechazó enérgicamente, ya que él no abandonaría a su madre por nada del mundo.

Muy apenada pasó Juana las Navidades de ese año 1.862. La solicitud de Paulino y Manuelín para ir a pasar un día tan señalado con su madre les fue denegado por el director del Hospicio.

Pero, a pesar de tan absurda decisión del Hospicio, Paulino, no se resigno a aceptarla y asumiendo todo el riesgo que suponía su decisión, se escapó, y se fue con su madre a pasar el día de Navidad, con el pesar, eso sí de no poderse llevar con él a su hermano Manuelín.
Al volver al Hospicio al día siguiente, el regente, además de echarle una buena reprimenda, que se la merecía, llegó incluso a pegarle, y esto si que ya no. Como resultado, al finalizar la jornada de trabajo en la imprenta recogió Paulino todas sus pertenencias del dormitorio y aprovechando una ausencia del regente, se escapó nuevamente y ya no volvería nunca más por el Hospicio.

Juana, se tomó aquella drástica decisión de Paulino con una clara sensación a medio camino entre muy contenta y disgustada, al mismo tiempo. Contenta, muy contenta porque así tendría a uno de sus hijos con ella, pero por otro lado con la preocupación grande por la situación de soledad en que quedaba su otro hijo.

Con esta nueva circunstancia, se la presentó a Juana un nuevo problema añadido a su propia situación de penuria y trabajo duro como lavandera y sirvienta y les resultaba, casi imprescindible que Paulino encontrara trabajo.

No pasó mucho tiempo, la verdad para que el avispado y bien preparado Paulino encontrara una imprenta en la calle de la Manzana que le admitiera en calidad de aprendiz, a tenor con su edad de 12 años, y con poco jornal, claro, a dos reales diarios, muy por debajo de que por su trabajo se merecía. En realidad, era la tónica general de la época de que los aprendices eran impunemente explotados por los patronos.

Así pues, con sus doce primeros reales, fruto de su jornal de toda una semana de trabajo duro, los recibió Paulino con una enorme alegría y más aún cuando aquella su primera paga se la entregaba a su madre.

A modo de comparación, algunos salarios de la época y que se mantuvieron por espacio de varios años, eran: Un albañil ganaba 14 reales por día; el ayudante peón de albañil, 8; un bracero sin cualificación 6 reales diarios.
No es necesario añadir que eran sueldos de auténtica miseria.

La propia Juana ganaba 4 reales y la comida por todo un día de trabajo de limpieza, lavando y fregando, en la casa que la llamaban.

Sabemos que también lavaba ropa en el río Manzanares, uno de los trabajos más ingratos de las mujeres madrileñas, tanto en invierno con el frío helador del Guadarrama como en verano con el sol abrasador quemándolas la espalda, con sus rodillas hincadas durante horas sobre sus tablas de lavar o banquillas. Una buena parte del colectivo de estas mujeres lavanderas, eran viudas con muchos hijos y no faltaban las casadas con un marido inútil o borrachín al que tenían incluso que alimentar.
En el caso de Juana, que bajaba al río en ocasiones debían escoger horas discretas cuando los cajones se hallaban libres, debían pagar el alquiler de la banca y el recuelo y eran llamadas por las asiduas “las golondrinas”.

En definitiva, la pequeña ayuda de Paulino le venía muy bien a la familia, incrementada con Manuelín que por entonces, era el año 1.863, había salido ya del Hospicio, muy tocado de salud.

Hemos hablado mucho del Hospicio, pero es que tuvo una relación tan directa con nuestros personajes que era imprescindible hacerlo.
Fue fundado en el año 1.673 para el recogimiento de niños pobres en unas casas situadas en los denominados “Pozos de la Nieve”, en las cercanías de la actual plaza de Bilbao. Posteriormente, en 1.722 se iniciaron las obras para construir el edificio que hizo esta función hasta el año 1.917, en la calle Fuencarral. En la parte posterior, hoy jardines, estaban las naves que servían de talleres y alojamiento.
El edificio, en estado ruinoso, con excepción de la fachada principal fue ampliamente trasformado y se ubicó en el actual museo Municipal.
Destaca su puerta principal, uno de los ejemplares de mayor valor artístico en el barroco español tardío, denominado también “churrigueresco” por sus formas exuberantes, obra del insigne arquitecto madrileño Pedro de Ribera.

Bien, volviendo a nuestros personajes, y como se dijo, los tres juntos, Juana, Paulino y Manuelín, un nuevo incidente vino a perturbar la alegría de la familia. Corría el mes de marzo de 1.863 y Paulino perdió su trabajo.
Aunque, a decir verdad, fue por poco tiempo, ya que en seguida encontró nueva imprenta con un sueldo de 4 reales por día, pero, teniendo que simultanear los trabajos en la imprenta con otras labores domésticas en casa del patrono.

Llegó 1865, y nuevo cambio de imprenta. Esta vez sería en donde se componía el periódico La Iberia, y con 8 reales al día.

Año 1.866, año triste, muy triste y fatídico fué para los Iglesia Posse: Manuelín, minado por la tuberculosis, se murió, con 10 de edad.
Duro golpe para Juana fue esta pérdida irreparable.

Y como las desgracias, nunca vienen solas, Paulino, por una crisis general de trabajo fue despedido y otra vez de “patitas en la calle”, y como no podía ser de otro modo, nuevamente se vieron acosados por la necesidad y la penuria.
Ante esta situación de necesidad, Paulino que se había afianzado en su oficio y era ya un tipógrafo reconocido, tuvo que aceptar un trabajo por solo seis reales diarios, un sueldo denigrante para sus conocimientos, pero a decir verdad a su madre Juana le vinieron como una “tabla salvadora”.

Y así, entre penas y gozos, llegó “La gloriosa”, es decir, la “Revolución de octubre de 1.868”.
Con ella se produjo una renovación en el ámbito cultural.
Es la época en que personalidades ilustres como Giner de los Ríos, empezó a explicar temas políticos; Miguel Echegaray, derecho político…etc. Hallaron nuevo florecimiento entidades culturales como el Ateneo; la Sociedad Económica de los Amigos del País; el fomento de las Artes…

Con esta nueva situación, es fácil de entender que Paulino, un muchacho siempre hábido por aprender y culturizarse, se aprovechara de este auge insólito de los temas de la cultura y asistiera a diversas clases en la Escuela de Artes y Oficios. También estudió economía política y sobre el idioma francés que por cierto le apasionaba, tanto, que llegó a ganar un premio extraordinario de mil reales en un concurso sobre el conocimiento de la lengua francesa.

No hace falta describir la satisfacción de Juana al recibir la noticia de tan importante premio y también, por qué no decirlo, con los mil reales en metálico, que suponían más de medio año de trabajo con aquellos sueldos tan míseros que ya hemos indicado.

Grande sorpresa le causó a Paulino y también a su madre, al recibir la partida de bautismo desde Ferrol, que habían pedido a la ciudad gallega de su nacimiento para solicitar la liberación del servicio militar al ser hijo de viuda.
Grande sorpresa, digo, al comprobar que en dicha partida de nacimiento figuraba su auténtico nombre: PABLO.

Entonces, ¿por qué, le habían llamado siempre Paulino?. Pues la verdad es que tiene una clara explicación, ya que Pablo en gallego es Paulo y su diminutivo Paulino, diminutivo que habían empleado desde su nacimiento.
Sabemos por su biógrafo que este detalle causó no pocas bromas entre sus allegados, pero al final se fueron acostumbrando a su nuevo nombre.
Otra cosa sería la actitud de su madre, ya que nunca dejaría de llamarle Paulino, como siempre lo había hecho desde la cuna.

Estamos ya en el año 1.881, así pues, nuestra valerosa gallega ferrolana de los ojos azules brillantes, ya un poco apagados por tantos avatares de la vida, contaba con unos 50 y pico de años de edad, y ya le eran visibles en su rostro las huellas del tiempo y de tantas penurias acumuladas.

Paulino, a quien a partir de ahora ya le llamaremos Pablo, sufría con cierta frecuencia el mazazo de los despidos, no solamente por la situación inestable de la época para todos los asalariados, sino además por sus conocidas actividades reivindicativas sociopolíticas a favor de los trabajadores y contrarias, claro está, a los intereses de los respectivos patronos.

Sabido es que Juana, en diversas ocasiones y coincidentes con los respectivos despidos que iba sufriendo Pablo, tenía que recurrir a los fiados de los tenderos del barrio para que la fueran dando, sin pagar, los alimentos necesarios para la comida diaria.
Digamos a este respecto que los pequeños tenderos se fiaban de sus humildes clientelas, por lo general las familias de los obreros pobres.
En este punto, es oportuno citar que Juana gozaba en el barrio de una alta estimación por parte de todos los vecinos, sabedores también, de sus cualidades de mujer trabajadora y humilde y buena persona.

Es la época en que Juana y Pablo vivían en la calle de la Comadre, en el viejo y castizo barrio de Lavapiés, zona en la proliferaban los tipos populares, cigarreras y modistillas, de tanta aportación sociolaboral a esta Villa y Corte.

Su vivienda, en esta calle de la Comadre, estaba situada en la tercera planta, era poco luminosa, pero sí contaba con el espacio suficiente para que Pablo dispusiera de un cuarto propio para todos sus libros y muchos papeles de su actividad extra laboral sociopolítica, esmeradamente colocados.

Aún no hemos comentado la preocupación que siempre tuvo Juana por la salud de Pablo que había salido un poco tocado del Hospicio. No con la gravedad de Manuelín que murió de tuberculosis como ya se dijo, pero sí un tanto delicado.
Así que no es de extrañar que la mujer pasara mucho miedo cuando Pablo sufrió unas hemoptisis pulmonares de cierta gravedad y que superó gracias al tratamiento del médico Jaime Vera, gran amigo suyo, y compañero de fatigas como sabemos, y también por los cuidados esmerados de ella misma. Estamos en el año 1.881.

Y como las desgracias nunca vienen solas, poco después enfermó Juana, y es curioso comentar que estaba más preocupada la mujer de cómo se las arreglaría Pablo para limpiar el polvo a todos sus libros y papelotes, que ya eran muchos, que por ella misma. En fin, las cosas de las madres.

Y ya que hablamos de libros, es el momento de decir que ya Pablo contaba con una buena biblioteca, que había ido formando desde muy pequeño.

Mal, muy mal encajó Juana la noticia de que su Paulino había sido condenado a cinco meses de cárcel en la Modelo, y no entendía el porqué de aquella condena por el mero hecho de apoyar una huelga más que justificada y haber sido incluso defendido por el eminente abogado Pi y Margall.

Y así, de este modo, entre sobresalto y sobresalto, llegamos a 1.884, cuando Juana vivió la enorme satisfacción de ver a su hijo como líder ya indiscutible del socialismo español, y de cómo destacaba en su trabajo en la mejor imprenta de Madrid, la de Manuel Rivedeneyra.

Es 1.887, nuestra Juana, ya muy golpeada por tantos avatares de la vida, cuando sufrió un nuevo golpe emotivo al tener que cambiar de domicilio.
A una casa tranquila, eso sí en su opinión, situada en la calle de San Cosme, próxima al convento de la calle de Santa Isabel, y cuyos tañidos de sus campanas llegaban tenues hasta su misma habitación.

Cuando ya todo estaba en orden, nuevamente enseñó sus dientes la desgracia y se apoderó de Juana con tanta saña que ya sería la definitiva: Una cruel pulmonía acabó con su vida.
La vida de una mujer buena, luchadora, que supo superar toda clase de penalidades y sacrificios que la vida la deparó.
Contaba con una edad aproximada de unos 60 años.



Seis años después de la muerte de Juana, es decir en el año 1.893, su hijo “El Rubio”, apodo de nuestro personaje, el gran Pablo Iglesias, surgió la mujer que cambió su vida sentimental: Amparo Meliá.

Veamos seguidamente y a grandes rasgos, como se fueron sucediendo los acontecimientos:

En las postrimerías del citado año 1.893, se presentó en Madrid la citada Amparo, absolutamente desolada y en compañía de su hijo Juan de 10 años, que venía desde un pueblo cerca de la ciudad de Valencia, su tierra natal, en busca de su amigo Pablo al que había conocido en una de las estancias de éste en aquel lugar, en 1.888, para que la ayudara a rehacer su vida.

Poco tardó Pablo en buscarla cobijo en Carabanchel, en la casa de un correligionario socialista, dueño de una fábrica de hules en esa localidad madrileña, en donde fuera muy bien acogida.

Sabemos por Juan José Morato, uno de los biógrafos más importantes de Pablo Iglesias, lo siguiente:

“Los miércoles de cada semana, ajustado el periódico y ya en máquina, Iglesias marchaba a Carabanchel para pasar allí la tarde.
Cuando regresaba a presenciar y atender el cierre del semanario, estaba radiante de felicidad y traía en la mano alguna ramita de pino, que sin la menor duda le recordaba horas de idilio”.

Al poco tiempo Pablo Iglesias, ya tuvo su hogar y una compañera que le atendía y cuidaba con todo el esmero de una mujer que le quería y se casaron civilmente en el Juzgado municipal del distrito de Palacio.

En aquella época Pablo Iglesias disponía de unos ingresos de 30 pesetas semanales, cantidad que aumentaba ligeramente con sus colaboraciones y traducciones, pero claramente insuficientes.
Es la época en que muchos de sus amigos viéndole sin abrigo, hicieran una colecta para comprarle una capa.

Esta situación precaria de la familia, vino a remediarse con la aportación de Amparo, mujer muy hábil por cierto en los trabajos artesanales de pasamanería (adornos para la ropa).

Complicado fue seguir los avatares de la vida de Pablo Iglesias en esta última década del agitado siglo XIX:

Huelgas en Madrid, en Málaga …, le llevaron a Pablo Iglesias a la cárcel en varias ocasiones.

Una nueva recaída en la salud precaria del dirigente socialista, en el verano de 1.900, le obligó a trasladarse a un sitio tranquilo. Sería en esta ocasión a El Escorial en casa de un amigo suyo y compañero de partido, Inocente Calleja, dueño en Madrid de una afamada platería, situada en los soportales de la Plaza Mayor, que le había proporcionado una jugosa fortuna, y tenía en dicho lugar una casa y varios hoteles.
Los murmuradores de turno decían que Iglesias estaba en El Escorial pasando unas vacaciones y que era dueño de varios hoteles.

Sabemos por las crónicas, que Amparo Meliá, se esforzaba por dar atentos cuidados a su marido, dado el estado delicado de salud que padecía, si bien, en ocasiones no se podían cumplir al pié de la letra las prescripciones médicas. La carne y el pescado blanco recomendado para el enfermo, eran lujos que no se podían permitir, como tampoco pasarse días de descanso en algún balneario junto al mar.

Se sabe que su amigo Calleja, al quedarse solo por la muerte de una ahijada suya que le cuidaba junto con el hijo de ésta, adolescente, se fueron a vivir con Amparo y Pablo, para que Amparo les hiciera la comida y les lavara la ropa, circunstancia que motivó la mejora económica de la familia.

Conscientes todos de que aquella fórmula de convivencia daba muy buenos resultados, optaron por trasladarse todos juntos a una casa más ámplia en la calle de Ferraz.

Pasaron los años y muchísimos acontecimientos políticos como es bien sabido, y así llegamos al año 1.915.
Y fácil es comprender que el “tiempo vital” de Pablo Iglesias con 65 años de edad y golpeado por su frágil salud, había disminuido notablemente, y la desgracia se cebó de nuevo. No en él ni en los suyos. Esta vez fue nuevamente en su amigo Inocente Calleja que cayó gravemente enfermo.
Le aconsejaron los médicos que se trasladara a un clima templado y así lo hizo, se fue a un pueblo cercano a Valencia, la tierra de Amparo, acompañado por su amigo Pablo. Todo fue inútil, Calleja murió a los pocos días de su llegada.
Y lo que son las cosas, Amparo Meliá salió muy beneficiada por el testamento del difunto que había testado que todos los hoteles de El Escorial fueran para Amparo.
Parece ser que Calleja lo hizo así porque, según Morato, de habérselos legado a Pablo Iglesias, éste los habría vendido para emplear el dinero que le diesen en ayudar al partido y al periódico.

Hubo sí un legado para Pablo Iglesias en la cantidad de 10.000 pesetas, cantidad que fue íntegra a parar, como donativo anónimo, a la caja de El Socialista.

De esta manera, Amparo Meliá, se vió envuelta en cierta abundancia económica, lo que la permitió sin duda, atender primorosamente a su marido e influyó decisivamente en prolongar la vida del genial luchador socialista.

A este respecto, el doctor Jaime Vera, afirmaba en cierta ocasión que solo la mujer de Iglesias había hecho posible que éste no muriera joven.

Estamos ya en la época en que la actividad infatigable de Pablo Iglesias decae estrepitosamente y se le aplica el apodo cariñoso de “El abuelo”.

En su delicada salud, una vez más su amigo el doctor Jaime Vera, le recomendó se fuera una temporada a Caldetas, una pequeña población cerca de Mataró, pero he aquí que súbitamente se le agravó una de sus dolencias, de vías urinarias, y tuvo que ser operado de urgencia.

De vuelta a casa y entre cama, reposo y trabajo a pesar de su delicado estado, nuevamente volvió a necesitar cuidados especiales y se fue a descansar a la región levantina.

Al poco tiempo, otra vez la misma mala suerte, nueva recaída y nuevo viaje. Esta vez a Asturias y ya sería su última salida de Madrid.

Ahora estamos en el año 1.922 y Pablo Iglesias, bajo el cuidado meticuloso de su mujer Amparo Meliá, ya ni siquiera salía de casa, salvo en contadas ocasiones que se daba un pequeño paseo por Rosales, lugar que, según sus propias palabras le proporcionaba solaz para los ojos aquella incomparable belleza del paisaje que contemplaba.
Sí continuaba el ilustre luchador con sus puntuales colaboraciones de El Liberal de Bilbao y La Libertad de Madrid, y como no, participando en los asuntos importantes del Partido.

En su ancianidad postrera, y después de dos larguísimas semanas sin poder acostarse, se encontró muy mal y pidió a su mujer que le ayudase a meterse en la cama.
El doctor Huertas le examina, hace analizar su orina y da su dictamen rotundo:
No hay ninguna esperanza.

Era el día 8 de diciembre de 1.925.
Van llegando familiares y amigos sabedores del último parte del médico.
Entre los presentes, se halla su hijastro Juan Almela Meliá y ya en sus últimos suspiros el ilustre gallego le comenta:

“Hoy precisamente, día festivo, día de la Concepción, se cumplen años de la muerte de mi madre Juana”.


Pasa la noche y llega el día 9. Amparo se teme lo peor. Está preparada, y en efecto entrada la noche de ese día 9 de diciembre de 1.925, Matías Gómez, amigo personal de Pablo Iglesias y viejo luchador socialista, da la noticia del fatal desenlace.

La muerte de Pablo Iglesias, conmovió a España entera y a otros muchos países de la onda socialista.

Su cuerpo embalsamado, fue expuesto en la capilla ardiente en la Casa del Pueblo, que él fundara, y por allí pasarían colas interminables de personas que querían rendirle un cálido homenaje de gratitud y admiración.

El domingo, 13 de diciembre, el cortejo fúnebre, en apretada muchedumbre, que llenaba toda la calle de Alcalá hasta el cementerio civil dio el último adiós al genial socialista.

Unas palabras del eminente Julián Besteiro, pusieron fin a un acontecimiento histórico de muchísima dimensión.

Y con esto doy fin a mi charla, que espero y deseo que haya sido del agrado de todos.

Muchas gracias.



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4 comentarios:

Fidel dijo...

He leido esta biografía con mucho respeto y mucho cariño personal porque ademas de referirse a quienes lo hace se refiere a la Verdad de nuestro despertar social; a unos tiempos de caciquismos y de castas y de injusticias y de gentes marginadas y hambrientas en que se comienza a decir ¡basta...!Y empieza a saberse-no entre todos-que es a los hombres y a las mujeres que nacíamos y por nacer, aunque fuese sin dinero,a quienes se referían los socialistas cuando hablaban de los derechos humanos...

Paco Gracia dijo...

Magnifico artículo. Creo que es necesaria una recuperación de la memoria de las mujeres del socialismo que, casi siempre en la sombra, tuvieron un papel fundamental para el desarrollo del Partido.

Te dejo una curiosidad sobre Amparo Meliá que nos sirve para conocerla un poco y ponerle rostro. Es una entrevista que le hizo un joven socialista llamado Santiago Carrillo en el año 1931.La puedes encontrar en mi blog:

http://www.mecomolacabeza.com/2008/11/santigo-carrillo-y-la-viuda-de-pablo.html

Américo Virus dijo...

¿sabéis en qué fecha murió Amparo Meilá, la viuda de Pablo Iglesias?

Alfonso Posse-Ricaurte dijo...

Desde Cali COLOMBIA, puedo asegurar que la importante cadena hotelera Meliá nació en los hoteles legados a Amparo. Diciembre 12, 2016 Alfonso Posse-Ricaurte