viernes, 11 de junio de 2010

CIEN AÑOS DE PARLAMENTARISMO SOCIALISTA

ACTO EN EL ATENEO DE MADRID



PABLO IGLESIAS, SUS ORIGENES

Intervención del Presidente de la Asociación de Mayores Pablo Iglesias:

El día 10 de junio de 1910, PABLO IGLESIAS POSSE, apodado cariñosamente “El rubio” conseguía la primera acta de diputado del PSOE en toda su historia que es ya centenaria.

Para poner mi grano de arena en este significativo acto de hoy, en esta sala magna del Ateneo, quiero traer a colación algunos de los pasajes de su perfil humano.

La noche de aquel histórico día de hace 100 años nuestro ilustre personaje cuando se retiró a dormir no pudo conciliar el sueño y sus pensamientos se quedaron atrapados en una mujer, JUANA POSSE, su madre:

Una mujer cuya biografía no hubiese tenido ninguna trascendencia a no ser por la extraordinaria circunstancia de ser la madre de uno de los personajes más preclaros de nuestro país, nacido en el agitado y singular siglo XIX, con revueltas militares, luchas por el poder y huelgas obreras.


Juana, en opinión de los que la conocieron, era una mujer dulce, trabajadora y sufrida ... Dotada de una capacidad de resistencia a toda prueba para afrontar todas las dificultades que acosaron a su familia.

Se casó con Pedro de la Iglesia Expósito, hijo de padres desconocidos y natural de Orense. Peón sin cualificar en el ayuntamiento de Ferrol.
Vivieron en la rúa Nicolás, en el popular barrio de Esteiro, con su escaso jornal. Tuvieron tres hijos:

Elisa, que murió al poco tiempo de nacer. Paulino, nació el día 18 de octubre de 1.850 y Manuelín seis años más tarde.

Juana y Pedro eran analfabetos, pues siendo nacidos ambos en familias pobres, era una circunstancia habitual en aquellos tiempos, y sobre todo las mujeres. (Había en España un escalofriante 80% de analfabetos).


Pedro cayó enfermo y Juana pasó a engrosar la larga lista de viudas del lugar en 1.859. (35 años era la media de vida en aquella época).
La enfermedad de Pedro había originado muchos gastos quedándose Juana en una situación muy difícil de superar.
Juana era oriunda de Santiago de Compostela, por lo tanto estaba sola en Ferrol, sin parientes, con sus dos hijos pequeños, sin trabajo y sin futuro.

Ante esta dramática situación y dada la circunstancia de que Juana tenía en Madrid un tío carnal sirviendo en la casa de un noble ricachón, tomó la drástica decisión de mal vender lo poco que tenía para pagar las deudas acumuladas reservándose cuatro cosas para trasladarse a Madrid a ver si su tío podía echarla una mano para encontrar trabajo y poder sacar adelante a sus dos hijos.
Pidió ayuda al Concejo de Ferrol, pero éste la socorrió con muy poca generosidad.

Era el verano de 1.860, así pues Paulino, tenía 10 años
Como no había ferrocarril, y mucho menos autobuses, Juana, acordó con los arrieros que iban a Madrid para que la llevasen en sus carros el escaso equipaje que poseía.

Por falta del dinero suficiente, tuvo que convenir que solamente Manuelín tendría acomodo en el carro, en tanto que ella y Paulino, lo harían a pié caminando detrás, lo que supuso una auténtica odisea

A este respecto, y muchos años más tarde el propio protagonista se expresaba de esta manera:

“Fueron tres semanas de aire, de sol, de cruzar entre prados, castañeros, pomaredas, encinares, pinares, viñedos, tierras en rastrojo que nunca concluían; por caminos revueltos, bordeando barrancos insondables, y a veces, junto a huertos con higueras, manzanos y perales que brindaban sus frutos dulcísimos.
Las largas caminatas diarias tenían la pausa deleitosa e indispensable para aviar en el mesón o en el parador del camino, la cena para todos, a base de sopas de ajo, hechas y comidas en la misma sartén.


Después a la hora del reposo y sobre sacas de paja, o bien sobre la ropa de algunos de los bultos, dormíamos abrazados los tres hechos una piña.

Al alba, de nuevo la marcha, después de repetir con las sopas de ajo, asearnos un poco y otra vez a la ruta”.

Juana, al llegar a Madrid, con un rapaz en cada mano y bien tostados los tres por el sol y las brisas del camino, se dirigió al palacio del Conde de Altamira, situado en la calle de San Bernardo, en donde servía su tío.
Pero he aquí que la noticia que la dieron, absolutamente inesperada, de que su tío había muerto, la dejó en un estado de auténtico aturdimiento.

En aquella situación tan patética y de desamparo, la buena mujer, se vió obligada a pedir limosna.

Sí parece que el Conde de Altamira, intervino para que los dos niños, ingresaran en el Hospicio de San Fernando, en la calle de Fuencarral.

Juana, en un estado más agrio que dulce, alquiló una habitación en la calle de Cabestreros, en donde la iban entregando ropa para lavar e ir sacando para poder malvivir.

A pesar de la dureza de la labor de lavar, Juana, empezó a trabajar también como asistenta en alguna casa cuando la solicitaban.

Es fácil adivinar que Juana vivió aquellos primeros momentos de su vida en Madrid, al borde de la desesperación, llena de agobios y trabajo duro para poder pagar el alquiler de la habitación y a penas mal comer.

Esta situación, ya grave de por sí, se vió muy incrementada con la noticia de que su hijo Paulino, debido a la escasa alimentación en el Hospicio, cayó en un estado de debilidad tal que le producía desmayos, y al menos en dos ocasiones estuvo en la enfermería.

Gran alegría se llevó Juana cuando Paulino terminó, con 11 años, sus estudios elementales en el Hospicio con notas sobresalientes lo que le permitió elegir oficio entre las posibilidades de: carpintero, cerrajero, sastre, zapatero o impresor. Eligió el de impresor.

A este respecto, muchos años más tarde su biógrafo Morato escribió:

“Despejado, muy reflexivo, observador y capaz de gran potencia de atención, aprendió pronto la caja y en poco tiempo realizó grandes progresos”


Muy grabado tuvo Juana de por vida una visita que la hiciera un tal Augusto Burgos, un funcionario de relieve que dirigía en el ministerio de Hacienda la edición de un Boletín Oficial y alguna revista de contenido científico, con la pretensión de adoptar a Paulino.

Juana, no tomó ninguna decisión hasta consultárselo al muchacho, dada la trascendencia del asunto, y así lo hizo, pero Paulino, lo rechazó ya que él no abandonaría a su madre por nada del mundo.


En las Navidades del año 1.862, la solicitud de Paulino y Manuelín para ir a pasar la Nochebuena con su madre les fue denegado.
Paulino, no se resignó y se escapó, con la tristeza de no poder llevar a su hermano.
Al volver al Hospicio al día siguiente, el regente, llegó incluso a pegarle, y al finalizar la jornada de trabajo en la imprenta recogió Paulino todas sus escasas pertenencias del dormitorio y aprovechando una ausencia del regente, se escapó nuevamente y ya no volvería nunca más por el Hospicio.

No pasó mucho tiempo para que el avispado y bien preparado Paulino encontrara una imprenta en la calle de la Manzana que le admitiera en calidad de aprendiz, a tenor con su edad de 12 años, con poco jornal, dos reales diarios, muy por debajo de lo que por su trabajo se merecía.

Juana ganaba 4 reales y la comida por todo un día de trabajo, lavando y fregando, en la casa que la llamaban.

Sabemos que también lavaba ropa en el río Manzanares, con sus rodillas hincadas durante horas sobre las tablas de lavar o banquillas.
Como lo hacía ocasionalmente debía escoger horas discretas cuando los cajones se hallaban libres, pagando el alquiler de la banca y el recuelo. Estas lavanderas ocasionales eran llamadas por las asiduas “las golondrinas”.

Manuelín ya había salido del Hospicio, muy tocado de salud y tres años más tarde, en 1.866, minado por la tuberculosis, se murió. Tenía 10 años.


Con “La gloriosa”, en 1.868, se produjo una renovación cultural y
Paulino asistió a diversas clases en la Escuela de Artes y Oficios. También estudió economía política y francés ganando un premio extraordinario de mil reales en un concurso sobre el conocimiento de la lengua francesa.


Hacia 1870 gran sorpresa le causó a Paulino y también a su madre, al recibir la partida de bautismo desde Ferrol, que habían pedido, para solicitar la liberación del servicio militar al ser hijo de viuda y comprobar que figuraba su auténtico nombre: PABLO.

Entonces, ¿por qué, le habían llamado siempre Paulino?. Es muy sencillo: Pablo en gallego es Paulo y su diminutivo Paulino, y así le habían llamado desde que nació.

Sabido es que Juana, en diversas ocasiones y coincidentes con los respectivos despidos que iba sufriendo Pablo, tenía que recurrir a los fiados de los tenderos del barrio para que la fueran dando, sin pagar, los alimentos necesarios para la comida diaria.

La mujer pasó mucho miedo cuando Pablo sufrió unas hemoptisis pulmonares de cierta gravedad y que superó gracias al tratamiento del médico Jaime Vera, gran amigo suyo, y compañero de fatigas como sabemos. Era el año 1.881. Tenía 31 años.

En 1.887 nuevamente enseñó sus dientes la desgracia y se apoderó de Juana con tanta saña que ya sería la definitiva: Una cruel pulmonía acabó con su vida.
La vida de una mujer buena, luchadora, que supo superar toda clase de penalidades y sacrificios que la vida la deparó.

Contaba con una edad aproximada de unos 60 años.


Madrid, 10 de Junio 2.010.

1 comentario:

RICARDO COLUGNATTI dijo...

Dios mio,me has hecho llorar como no trenia pensado hacerlo,gracias por el post y mucho cariño a la familia de Don Paulino.Porca miseria!