... En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!.
¡Ya no hay princesa que cantar!.
Mas, a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín.
¡Juventud, divino tesoro
ya te vas para no volver!.
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer.
Rubén Darío.
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