jueves, 14 de mayo de 2009

SAN ISIDRO

SAN ISIDRO LABRADOR

ES UN SANTO MILAGRERO y la tradición le atribuye numerosos milagros. Quizás el más popular sea aquel que nos narra que los ángeles conducían sus bueyes mientras él rezaba.

En 1619, el Papa Pablo V le beatificó y posteriormente fue canonizado por Gregorio XV, por cuyo fausto motivo se celebraron en Madrid grandes fiestas, narradas por Lope de Vega.


Isidro Merlo Quintana:
Pocero de oficio, nació en Madrid, se cree que en el año 1.082, y disfrutó de una vida longeva.
Hijo de una familia muy humilde, en el barrio de la Morería, de ascendencia mozárabe. Asiduo feligrés que tuvo que salir de Madrid y refugiarse en Torrelaguna cuando los almorávides reconquistaron el barrio. Una pequeña capilla, llamada San Isidro, en la calle del Águila, nos recuerda este lugar de nacimiento.

En Torrelaguna se casaría con una muchacha del lugar, María Toribia, que después alcanzaría también la santidad (Santa María de la Cabeza).
Regresó a Madrid y entró al servicio de Iván (Juan) de Vargas, como labrador de vida laboriosa y humilde.
Su nueva morada próxima a la plaza de San Andrés le dio acomodo hasta sus últimos días.

Murió a los noventa años de edad. Fue enterrado junto a la tapia del cementerio de San Andrés, en un entierro pobre. Y quedó olvidado hasta cuarenta años después que, por la presión de dos revelaciones habidas, se procedió a su exhumación.

Su cuerpo se encontró el día 2 de abril de 1212 y produjo un gran asombro en la población cuando se halló la mortaja intacta con su cuerpo incorrupto con olor suave a incienso. En ese mismo momento, las campanas de las iglesias de la Villa empezaron a voltear solas.

Ante aquel hallazgo milagroso se decidió ponerlo ante el altar mayor de la iglesia de San Andrés para su veneración popular. Fue tanto el entusiasmo de la gente que el propio rey Alfonso VIII, después de la victoria de las Navas de Tolosa, acudió también a la contemplación de lo que ocurría.

El rey, postrado ante aquel cuerpo incorrupto, atestiguó: “Este es el santo que se me apareció como pastor y me ayudó a conseguir la victoria”, y ordenó que se construyera un arca de cuatro llaves, se tallase una imagen del santo revestida de plata y se construyera una capilla en la iglesia de San Andrés para mejor contemplación.

Más tarde, la emperatriz Isabel de Portugal mandó edificar una ermita en el lugar que había brotado el agua sanadora, de la que bebieron los monarcas Carlos I y Felipe II para calmar las fiebres crónicas. Incluso el devotísimo Felipe III haría llevar el santo a su presencia para que le aliviara sus dolores.



Los madrileños siguen demostrándole gran devoción popular en la ermita del Santo, en la pradera de San Isidro, a la que se acude en multitud a beber el agua “milagrosa” y luego danzar y bailar a lo largo de la pradera, al sabor de los churros, buñuelos de jeringuilla y las rosquillas típicas “tontas y listas”.

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